lunes, 20 de enero de 2014

"Artista sublime"

   Aporhilo, a comienzos del año compostelano, cuando apenas llovía y con fiebre, decidió convertirse en artista y participar, bajo mínimos, por cuenta propia y sin que nadie se lo pidiese, en la exposición internacional “Globalización de ombligos postmodernos”.
   Para tan magno acontecimiento fueron seleccionados más de 69 artistas de otros tantos países, tres de ellos sin decoro y en zona de rescate.
   En la inauguración se presentó, por si se alargaba la fiesta, con un pijama a rayas negras (las blancas estaban incluidas por defecto de fábrica). Al no llevar la pajarita, exigida para el evento, se ató al cuello el canario que pidió prestado al conserje del edificio. Aunque en ningún momento cantó, hizo “mucha mierda” que en definitiva es lo que da suerte a cualquiera que se tenga por artista e incluso a él mismo.
   Su obra integral que tituló “10 x 1 = 51” fue repintada, sobre paños de pelo en pecho y bastidor traslúcido hasta la cintura. Constituyó un hito, un ejemplo insatisfecho, cuya técnica desposeída fue aplicada, por primera vez, para asombro del propio y de conocidos extraños.
   La revista de hojas secas “Art aluego”, de sospechosa inclinación cultural, le destacó como el primer artista que lograba, mediante registros de naturaleza poética, describir y representar a nueve mariposas y una polilla, profundamente sexista, recorriendo entre vuelos rasantes, una ciudad deshabitada, apenas sin ruidos, con acordes de violín para bailar un solo entre la tenue luz de las sombras. Aunque su fantasía pictórica -añadía un intelectual- se alimenta exclusivamente y sin lugar a dudas del mimetismo español, sin precedentes en el tiempo venidero cada vez más próximo a la complejidad vanguardista de dos amantes sureños recién paseados por la sexta encrucijada del Park Avenue.
   Fue por allí también cuando de manera casual, decidió dejar la pintura y hacerse poeta de agua dulce contaminada. Puedo recordar, pero no quiero, que quizá estemos hablando de finales de la primavera de ese mismo año.
   Que lástima, como diría el otro, porque siendo calvo y con peluca en aquel entonces, le arrastró el verano por los pelos hasta bien entrado el otoño. De lo contrario, igual estaría dando recitales en invierno. Y sinceramente no sé yo que hubiese sido peor.

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