viernes, 15 de junio de 2012

"El insigne profesor"


También se sabe de Aporhilo que a sus 47 añitos trabajó, según informe de la INTERPOL, como niño de recados y por enchufe en El Apagón, una tienda de electricidad sin cables conocida en su zona. Hasta que un 13 de junio, día de su cumpleaños, decidió despedirse a la francesa y autoproclamarse “insigne profesor” de filosofía muy avanzada, al considerarse sobresaliente discípulo de Friedrich Nietzsche, gracias al curso por correspondencia que le tocó en una chapa de bebida efervescente Stauferssss y que nunca recibió al carecer de señas propias.

Desde aquella solemne decisión consideró deber de conciencia impartir, gratuitamente en la Casa de Campo, clases que calificó de magistrales. Para ello y sin perder más tiempo, aquel mismo día fijó el horario lectivo de 8 a 9 piem en adelante por ser el más concurrido de público.

Como el Ayuntamiento no facilitaba tarimas para estos menesteres, se encaramó a una encina seca y chaparra, ayudándose en la megafonía con una lata de fabes de cinco kilos achatada en los extremos.

Después de la presentación, que él mismo se hizo y antes del soliloquio, prometió al presente (nunca más de uno/a y siempre con un minúsculo tapaalgos como atuendo), que al final de curso concedería un Diploma, a repartir, que él mismo homologaría. Seguidamente, y sin más interrupción que su propio aplauso, entró en materia.

“Es cuestión primordial que Usted, distinguido público, comprenda el porqué de la existencia emergente en la conciencia inconsumada del ente precursor. Pues sabido es y demostrado, y seguro que así consta como premisa y paralelismo coyuntural, que no está de paso sino que ha venido en la conciencia del de-venir”.

Ante la claridad expositiva sonrió satisfecho y pidió a los ausentes, de forma cordial con inclinación de cabeza, que reservasen los aplausos al final, circunstancia que aprovechó para aclarar la voz con un chupito de anís y con otros diez más, esta vez lingotazos, para la entonación.

(Al ser principio de verano se quitó la camisa y a torso descubierto volvió a encaramarse).

“Pues bien. Nos quedamos, si mal no recuerdo, en la ciencia sumada que pretende en contra de existencialismos ir más allá de su adición. Teoría ésta que mi colega Friedrich habría rechazado igualmente en su abstracción íntima para adoptar mi tesis de la evolución ascendente a aquella otra de reacción contraria”.

Habría continuado de buena gana, a no ser por un camión cisterna que le fumigó de pies a cabeza, con tal presión que sus huesos y lomo fueron a parar contra la esquina del banco de granito, puesto allí exprofeso para que nadie se durmiese en los laureles.

Gritó sus magulladuras y maldijo su suerte pero, como no hay mal que por bien no venga, se abstuvieron de picarle mosquitos, ladillas y todo aquello que se tuviese por insecto, en los 5 ó 6 meses siguientes.

Pero como las desgracias no vienen solas, cuando se encontraba tendido en el paseo, un caballo percherón que iba al trotecito por allí, le pateó por dos veces presumiblemente queriendo (la 1ª a la ida y la 2ª a la vuelta).

Entre quejidos y con el poquito conocimiento que le quedaba (nunca tuvo mucho), comprobó de buen grado como dos congoleñas, raudas (más que ligeras) de ropa, se acercaban para auxiliarle. Asintió con agradecimiento que le metieran mano, pero al limitarse a los bolsillos supuso que buscaban algún medicamento nootrópico o smart pill que pudiera aliviar sus dolores o mejorar su nivel cognitivo. Lo cierto es que no fue así y tuvo que resignarse a su maltrecha suerte pues no sólo no le ayudaron, sino que los tres euros que tenía (ya no los tiene) y un cortapuros que le regaló su padrino Casitón Delcul y Deba por si algún día decidía fumar, se lo esfumaron ante su impotencia e incontinencia crónica.



P.D. Aquella fue la penúltima vez que se oyó hablar del “insigne profesor”, la última ya habrá ocasión de contarla.

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