miércoles, 20 de junio de 2012

"Marinero de agua tibia"

Aporhilo siempre fue un apasionado de la navegación, cuya afición genética le venía por parte de una parienta carnal, que siempre aprovechaba la más mínima ocasión para relacionarse íntimamente en vaivenes de charcas costeras o pozas de acantilado, por lo que no se lo pensó dos veces y se enroló en bote-chalupa monocasco de mástil y medio, para participar o no (el patrón era gallego) en el famoso torneo de regatas de navegación oceánica extrema “Yo tampoco sé nadar”.

Era la séptima edición. La primera fue suspendida ya que sólo se inscribió la lancha rápida de los narcos y las otras restantes corrieron idéntica suerte al no acudir ni la patrulla costera.

Entre los premios, además del beneficio publicitario que supondría salir en la foto del bar “El colocadiño”, abierto las 24 horas para los conocidos alcohólicos anónimos. Había también un importante trofeo consistente en el tradicional flotador de caucho con forma de patit@, pintad@ en acrílico rosa y convertible para matrimonios en trámites de separación o divorcio como era el caso de Aporhilo aunque todavía estuviese soltero.

Al no haber nadie del comité que diese la salida (ni siquiera la salida de una barra americana, que era sueca y se lo hacía), decidieron arriar vela sin más (sólo había una). En cualquier caso no zarparon antes del bocata de las once y de las siete botellas de Ribeiro de las doce.

Iban ya “colocados” en primer lugar, puesto que no había nadie a popa (ni a proa, ni a barlovento, ni a sotavento), cuando con viento de 32 nudos corredizos y mal hechos, rolaron 96 grados noroeste . Fue en aquel preciso momento cuando, sin saber porqué, recibió del patrón una paliza al pasar por la baliza.

P.D. Aún hoy, después de 50 años, lo recuerda con emoción y como único trofeo que se llevó para el cuerpo.


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