Fue con Ahiwa Qtiía, que iba cubierta de pies a cabeza con un “burka”, con quien se perdió varias veces, lo que tenía su mérito pues no resultaba nada fácil al ser un circuito programado también para invidentes.
Entre las innumerables anécdotas que se sucedieron, cabe destacar que cruzó la meta al día siguiente de la clausura. Sin aplausos, claro está, y sin el chupito de agua obsequio de la organización pues según se pudo apreciar el lugar estaba desierto, ya que el gato que había junto a la mezquita no contaba. Fue entonces en aquel histórico e histérico momento, cuando ella, que en silencio se había ido enamorando de su viril y amable compañero, le empujó cargada de pasiones contra el paredón que había a espaldas del minarete y, en menos que canta un gallo o bala un cordero, le puso mirando a la Meca.
Se libró por Alá y por pelos, y porque todavía sigue corriendo, pues es sabido que el hábito no hace al monje y en este caso el vaporoso velo ocultaba un bigardo que calzaba un 45, no sólo de pies y manos.
P.D. No consta su participación en las siguientes ediciones pero se sospecha que pudo haberse inscrito bajo el nombre (supuestamente falso) de Matufah Elshobak.
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